Abre, me he perdido…
Estaba sola en el departamento que alquilaba junto con otras amigas para que la renta no fuera tan alta. Estudiaba Terapia en la Universidad de Talavera y el vivir ahí me era muy cómodo. Durante el verano, hubo una noche en la que me quedé sola y repentinamente alguien tocó a la puerta, cuatro golpes.Pensé que era algún amigo que venía por mí para salir por unas copas, pero mi sorpresa fue grande cuando abrí. Una pequeña niña, de rizos rubios y grandes ojos cafés, esperaba afuera indicando que se había perdido. No sabía qué hacer, así que la dejé entrar, la pobre niña estaba sola. Su nombre era Verónica, se veía cansada por lo que le ofrecí un vaso de leche antes de ir a la policía para que pudieran encontrar a sus padres. Cuando le mencioné esto, la pequeña me dijo que tenía mucho sueño, por lo que podíamos esperar al día siguiente para ir. Era muy tarde y no le vi problema alguno, así que le preparé la cama y al día siguiente iríamos en busca de sus padres.
A la mañana siguiente me levanté para llevar a Verónica a la policía, pero al entrar al cuarto donde se había quedado, ella ya no estaba. Se me hizo muy raro, pero pensé que quizá extrañaba mucho a sus padres y se había marchado.
Pasó todo un año cuando Verónica volvió a aparecer en mi puerta. Igual, como si el tiempo no hubiera pasado y también decía estar perdida. La invité a pasar y repetimos la ceremonia de la primera vez y, de igual manera, la niña había desaparecido por la mañana. Eso se empezaba a poner muy raro, por lo que acudí a la policía para saber si ellos tenían alguna información sobre ella, pero indicaban que no tenían reporte alguno sobre la desaparción de la menor.
Era imposible, si esa pequeña estaba completamente perdida y había vuelto a mi casa después de un año de andar por la calle, cómo podía ser que nadie la estuviese buscando. ¿O acaso desconocía la zona en la que yo vivía y por eso se perdía? Pero sin duda, sabía cómo llegar a mi apartamento. Di muchas vueltas, por la calle y al asunto, hasta que llegué al Hospital San Prudencio, el cual era un hospicio para niños huérfanos.
Decidí entrar para saber si ellos sabían algo de Verónica. La Madre Sonsoles me explicó que no la conocían. Me di por vencida, pero cuando ya iba de salida, una monja se me acercó con un anuario viejo en el cual me mostró el rostro de Verónica, según mi descrpción. Y efectivamente, era ella, aquella niña de cabello rubio. La identifiqué y las dos monjas se quedaron perplejas, me comentaron que Verónica había muerto hace dos años.
Volví a casa más confundida que antes, contemplé la posibilidad de que todo fuera un error, pero su rostro era inconfundible. Esa noche, Verónica volvió a tocar a mi puerta. El pánico me envolvió completamente. Al observar por la mirilla, vi a la pequeña con los brazos cruzados y cara de enfado. No tuve más que abrirle la puerta y al hacerlo ella reclamó que me había tardado demasiado, que tenía hambre y sueño.
Como en todas sus visitas, preparé su leche y su cama, aunque en esta ocasión el terror me invadía, estaba hablando con un fantasma, demonio, no lo sé. Por la noche, me asaltó la curiosidad y fui a checar a Verónica. Ella estaba en el cuarto, arropada. Al acercarme, quité la sábana y se desvaneció completamente convirtiéndose en una especie de vapor. Sobre la almohada, había una carta escrita por ella con pequeñas letras y muchas faltas que decía: “Gracias por la leche y los dulces, ahora tengo que irme a llevar al infierno a las otras tres chicas que no me dejaron entrar a sus casas.”
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