La Maldición De La Muñeca Enterrada.
Crecí con Juan, era mi amigo, casi hermano. Solíamos ir a la misma
escuela, estar todo el día juntos jugando y haciendo las tareas. Pero un
día, encontramos algo que no debimos de haber tocado nunca…
La maestra de Ciencias nos pidió una tarea muy extraña, aunque
parecía curiosa y quizá resultaría divertida. Debíamos recolectar
muestras de distintos tipos de tierra de acuerdo a su nivel de
profundidad, guardando cada muestra en una bolsita, un puño bastaría.
Para el proyecto, me junté con Juan, aunque sólo era un pretexto para
vernos y que nuestros padres nos dieran permiso para salir al bosque en
busca de las dichosas muestras. Por fin en el bosque, decidimos que lo
mejor no era adentrarnos mucho, ya que nos podríamos perder, el lugar
era inmenso y todo se veía igual.
A nuestro paso marcábamos con tiza cada árbol que encontrábamos para
saber por dónde regresaríamos. La curiosidad hizo que nos adentráramos
más. Tomábamos las precauciones que habíamos pactado para no perdernos.
Llegamos a un punto donde ni las raíces de los árboles, ni nada, nos
molestaría para excavar y conseguir las muestras, era el terreno
perfecto.
Juan tenía muchas ganas de comer después de la caminata, había unas
piedras donde nos podíamos sentar cómodamente. Discutimos un poco acerca
de quién excavaría, comimos un bocadillo y Juan sacó una moneda para un
volado. Intercambiaríamos lugares cada cinco minutos, después de todo
no debíamos excavar mucho, sólo se trataba de unos puños de tierra. Juan
perdió el volado, por lo que le tocó comenzar con aquella tarea, con un
poco de desgano, pero pronto se animó cuando vio unos hongos rojos con
puntos blancos. Ambos los observamos maravillados, pues todos se reunían
en el mismo punto.
Juan quería llevarle a la “bruja de ciencias”, como le llamábamos,
unas setas. Con ánimo, recogió unos puñados de la tierra mientras iba
excavando. Todo iba bien hasta que Juan se puso pálido, lo cual me
inquietó un poco. Con susto se apartó de la tierra y me gritó que en ese
lugar hacía más frío que en todo el bosque. Por un momento, comencé a
reír con aquellas palabras. Quizá habíamos hallado un fantasma o algo
por el estilo, lo cual sonaba muy inverosímil. Me burlé de él, y Juan
cambió su actitud, tratando de hacerse el valiente, aunque se notaba en
su rostro la incomodidad que tenía.
Siguió excavando mientras yo daba vueltas reconociendo el lugar,
pateaba una piedra para no aburrirme cuando el grito de Juan me hizo
voltear. Corrí a ver lo que estaba señalando. En el hoyo de tierra
sobresalía una muñeca pelirroja que medía unos treinta centímetros. Al
verla sentimos un escalofrío que recorría nuestro cuerpo, además de
asco, pues era tuerta y estaba cubierta de gusanos blancos que se movían
en su interior como una especie de danza putrefacta.
Juan la soltó de inmediato, estaba confundido, ya que cuando la sacó
del agujero, estaba en buen estado y se veía amigable. Yo pensé que a lo
mejor con el movimiento había removido a todos esos bichos que estaban
dentro de ella. La verdad era que la muñeca no se veía nada bien como
decía Juan. En el ojo que le faltaba, la parte blanca había sido pintada
de negro y tenía un iris de color rojo. Los gusanos se aglomeraban en
su cabeza solamente. ¿Quién pudo haber enterrado a una muñeca tan
extraña?
Los dos sentimos miedo y repulsión, por lo que salimos corriendo del
lugar. Algo no estaba bien en torno a la muñeca, su ojo negro parecía
observar cada uno de nuestros movimientos. Corrimos todo el camino hasta
llegar a casa, sólo nos detuvimos en un par de ocasiones, una vez
cuando Juan tuvo que vomitar. Después de haber sostenido a esa muñeca
asquerosa, era lógico que sucediera algo así.
Sin embargo, ya al estar a salvo en casa, Juan se seguía sintiendo
mal. Su rostro había adoptado un cierto color amarillento y el vómito
continuaba. Al principio, pensamos que había sido la impresión, pues
éramos unos niños y algo así era lo más terrorífico que nos había
pasado. Pero los días transcurrían y la salud de mi amigo no mejoraba.
Juan cada vez estaba más pálido y delgado, en vez de mejorar estaba
peor. Los médicos no podían determinar la causa del deterioro de mi gran
amigo, parecía desvanecerse cada día.
Mi desesperación llegó al extremo, me aparté de toda la gente para
intentar buscar una posible cura a la condición de Juan. Me la pasaba en
la biblioteca y en las librerías buscando algún texto que sirviera para
salvarlo. En una ocasión, llegué a una librería esotérica que albergaba
libros verdaderamente exóticos. Ahí encontré un texto antiguo con
extraños dibujos y cubierto de polvo. Al hojearlo, encontré en una
sección una imagen parecida a la de la muñeca que habíamos encontrado,
sólo que no estaba tuerta. El texto indicaba lo siguiente:
“Quien tenga un mal incurable, deberá enterrar a una muñeca igual
que ésta, mientras canta esta invocación. La enfermedad que padezca
quedará atrapada en la muñeca. Si alguien la llegara a encontrar,
entonces recibirá la enfermedad y morirá, a menos de que realice este
mismo ritual.”
Ahora todo tenía sentido, nos habíamos encontrado con una muñeca
maldita que había desatado alguna enfermedad sobre mi amigo. No era
casualidad que la muñeca tuviera gusanos y su aspecto hubiera cambiado
al desenterrarla. Lo que debía hacer, era comenzar con el ritual…
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